Leiv Motiv

Quiero pensar que es mentira que todo sea mentira; que no todo está perdido porque ocupemos el rol de perdedores ab initio. No obstante odio el esnobismo de los que bromean con "La teoría de la conspiración" como si fuera moderno ser conservadoramente imbécil, y elegantemente actual asumir que ser el enemigo del enemigo es, aplicando el denominador común, lo mismo que nada. Detesto a la gente que usa la expresión "las reglas de juego" por una razón tan obvia que espero no tener que explicarla. Éste no es un blog amigable. El mundo pone la sosa, yo intentaré poner el vinagre.

domingo, 12 de junio de 2011

Cinema Jenin

Las casas de Jenin tienen más ventanas de las que debieran. A las proyectadas sobre plano hay que sumarles las practicadas por los obuses lanzados por el ejército israelí durante las dos intifadas. A pesar de ello, treinta y cinco mil palestinos viven en sus hogares de Gruyère y transitan sus calles polvorientas. Algunos niños escriben su nombre en las paredes aprovechando los agujeros de las balas como puntos.
Una vez hubo un cine, el más grande de los alrededores, dicen los que lo conocieron abierto y los que sólo han visto su puerta cerrada. La primera Intifada, en el ochenta y siete, acabó con él. Después se utilizó como centro de refugiados, y desde hace años es uno de esos lugares donde el tiempo que pasa se queda y envejece. El óxido se come los esqueletos de las butacas, las telarañas forman tapices del Rococó Arácnido, y las sombras viven tranquilas, sabiendo que la luz no es bien recibida entre sus paredes.
Cuando Ahmed cayó en la tierra y comenzó a desangrarse, mucho antes de que sus órganos aún vivos sirvieran para salvar la vida de otros seis niños, las arterias de Jenin recibieron su sangre y el pueblo entero fue transfundido de su espíritu. El cine de Jenin, entonces, comenzó a volver a la vida.
Lo abatió un soldado israelí un día antes del Eid-al-Fiter, el Banquete de Caridad que pone fin al mes de Ramadán. Por ello, y porque se celebra en familia, Isamel Khatib, su esposa Abla y sus cuatro hijos se habían desplazado a Jenin.
Ahmed les pidió dinero para comprarse una corbata. Echó a correr a la tienda y en el camino se topó con dos amigos. Jugaban a árabes y judíos con pistolas de plástico. Como tenía tiempo de sobra y sólo doce años, no pensó que debiera negarse cuando le tendieron un arma de juguete y le ofrecieron unirse a ellos.
Cada uno corrió en una dirección para ocultarse. Ahmed eligió sin saberlo el rango de tiro de un comando del ejército israelí que buscaba milicianos de la Yihad. Uno de los soldados gritó hombre armado a ciento treinta metros. Después se oyeron dos disparos. Ninguno de ellos salió de la pistola de juguete.
Entre los niños que aprovecharon la vida de Ahmed estaba Menuha Levinson. Hija de judíos ultraortodoxos, su cuerpo no rechazó el trasplante porque mientras la Religión hacía pellas y se fumaba las clases, la Biología estudiaba y se formaba para ser útil.
Su padre, en cambio, esperando a que Menuha saliera del quirófano dijo públicamente que hubiera preferido el hígado de un judío.
Ismael Khatib, el padre de Ahmed, no descansó hasta conocer a todos los niños que llevaban los órganos de su hijo, aunque para ser sinceros cuando los conoció tampoco descansó.
Dos años después, la familia Levinson lo recibía en su salón. Era una imagen imposible. Un árabe sentado en su sofá tranquilamente, sin intentar asesinarle.
Para el señor Levinson era tarde. Por mucho que aprendiera de aquello, nunca sería suficiente como para acabar con sus prejuicios. Los de sus hijas, sin embargo, sufrieron un fuerte varapalo. Menuha era aún pequeña, pero pronto comprendería que el riñón que limpiaba su sangre, que filtraba sus impurezas y la renovaba, era el riñón de un árabe.
Cinco años después de su muerte, las puertas del cine de Jenin se abrieron, con su padre y Leon Geller, el director alemán que rodó su historia, al frente.
Ahmed salió a comprar una corbata, pero en lugar de eso con su vida pagó una ronda de seis, un mensaje de paz y esperanza para su pueblo, y la resurrección del cine de Jenin, donde los  otros niños verán su historia y donde él vivirá por siempre.



viernes, 3 de junio de 2011

La muerte y otros efectos secundarios o la fábula del torero y el pepino

Desde el asesinato de Bin Laden por parte de los EUA en la casa del amigo Pakistán (amigo de alguien será), los estados socialmente evolucionados de esta Europa blanca (camisa de mi esperanza), se han descocado y andan un poco desorientados con la prioridad que ha tener la muerte en las posiciones oficiales de los gobiernos y las opiniones públicas.
Han muerto 16 personas en Alemania, seres humanos, digo yo, debido a una infección que en un principio se creyó originada por los pepinos españoles. No obstante, esta vez no ha habido solidaridad con el país amigo y con las víctimas, ni con los familiares de las víctimas, ni con los amigos de los familiares de las víctimas. Más bien parece que tuvieran que sentirse culpables por haberse muerto, porque el sector del pepino, que ahora sabemos es un buque insignia de la economía española (o como tal recibe tratamiento), se está poniendo flácido. No digo que no me alegre de que, por una vez, nuestros responsables exteriores defiendan los intereses que representan, no es eso. Lo que pasa es que España parece el cuatro ojos mamarracho que, acostumbrado a que le quiten el bocadillo en el recreo, no pierde comba para subirse al tren de mobbing escolar (o gubernamental) y hacer leña del árbol caído. ¿Cuándo desarrollaremos una personalidad propia como país y dejaremos de imitar lo que hacen los otros?
El segundo elemento de la fábula es el torero, esta vez con bombero. El bombero tuvo que sacarlo de entre los hierros de su super-ultra-mega-todo terrerno. A cambio de dejarse rescatar, ganó un titular en todos los medios, cosa que hace tiempo no lograba. Para mi sorpresa, el titular rezaba: Ortega Cano, muy grave al sufrir un accidente de tráfico. Y a modo de apunte: su coche invadió el carril contrario chocando con otro turismo. Y a modo de anécdota: el conductor del otro coche resultó fallecido. Y les faltó decir: pero a lo mejor ya estaba muerto porque la autopsia ha revelado que habría comido pepino durante el almuerzo.
Me imagino a la familia de aquel hombre teniendo que aguantar durante una o dos semanas programas enteros dedicados al "diestro" (que iría conduciendo con la zurda),  a su vida y obra, y a su porte gallardo y apuesto. Asesino, es lo que dirán entre dientes, intentando tragarse el corazón con cada bocado de comida.
Ya lo vemos, esto es lo que puede pasar cuando desde nuestra querida Europa, bastión de la moral y la decencia, católica y también protestante, nos sumamos al grupo de los Zetas gubernamentales y nos chocamos los cinco ante el cadáver de un terrorista.
Creo que hay medio Estados Unidos señalándonos con el dedo y riéndose de nosotros por estar juzgando a Ratko Mladic (que por cierto mató a más del doble que Bin Laden), en vez de haberle pegado un tiro entre ceja y ceja. Con lo fácil que hubiera sido, ahora que trabajaba de peón. Si es que somos unos blandos. Nos van los tipos duros, pero seguimos siendo unos blandos.