En los tiempos extremadamente hostiles muchos animales hibernan, otros reducen al máximo su movilidad y optimizan sus recursos. Aquellos que ciegamente se obstinan en luchar contra los elementos suelen servir de alimento a los que aguardan la llegada de la primavera. Está claro que los hibernantes son seres dotados para ello: es el ejemplo (didáctico, no zoológico) de la hormiga frente a la cigarra. El ser humano se parece mucho más a la segunda que a la primera, pero sí posee la inteligencia suficiente para medir sus pasos y dar sólo aquellos que son costeables.
Nos pasamos la vida quejándonos del poco tiempo que tenemos cuando tenemos dinero, y del poco dinero que tenemos cuando tenemos tiempo. Esta dicotomía parece de difícil solución, pero una vez más no se trata de forzar la solución sino de reenfocar el problema.
Apartemos en este razonamiento a aquellos que no tienen para comer. A éstos los invito a que roben (aunque sea a mí) y quebranten el sistema que les priva de un trozo de pan. Centrémonos en el caso de la inmensa mayoría de nosotros, que podemos comer pero no saciarnos, dormir pero no soñar, vestirnos pero no disfrazarnos, y hablar con nuestros seres queridos pero no conversar largo y tendido.
El pánico colectivo es el mayor catalizador de las estampidas sociales, desde el principio de los tiempos. ¿Que no hay trabajo? Pues todos a buscarlo. "Pero si llevas tres años en paro y nunca te ha preocupado..." "Ah, no me había dado cuenta".
Teniendo la barriga llena (no pagando el A3, internet, la VISA, el gimnasio y dejando 80€ por fin de semana para copas, no), teniendo la barriga llena, digo, podemos dedicar nuestra mente a otras cosas más productivas que la feroz lucha por meternos en el bolsillo las migajas que patronal, gobierno, sindicatos y bancos nos arrojan como a palomas infectas.
Podemos, sencillamente, sentarnos en un parque a que nos de el sol, o a que nos llueva, qué carajo -el que no tenga paraguas que venga a El Círculo, que tengo mil en el almacén del invierno pasado-.
Podemos pensar en los nuestros, ir a ver a nuestros padres y hermanos, querer más a nuestra mujer y a nuestros hijos, empezar esa novela con la que nunca nos atrevimos y que nadie nunca leerá. Podemos echar mano de los libros, los museos, los periódicos y disfrutar como hacía Hemigway de un café en una plaza rellenando una libreta con fantásticos relatos y cuentas domésticas (2 francos para vino blanco, 3 para la dos haces de leña que calienten el cuarto, otros 3 para media docena de ostras portuguesas -¡cómo le gustaban las ostras portuguesas al condenado!-, 1 para sellos y después ya veremos).
Lo malo de la crisis es que estar parado empieza a verse como una enfermedad degenerativa y crónica. El parado se mira al espejo por la mañana y ve el fracaso y no la libertad. Desea con todas sus fuerzas un trabajo en el que vender cada hora de su vida por cuatro o cinco euros para no llegar a fin de mes.
¿Sabéis cuánto pagaremos por una hora más de vida en nuestro lecho de muerte? ¿Sabéis cómo nos arrepentiremos de todas las que vendimos a cuatro euros?
Espabilad, parados. Si tenéis para comer, dejad de buscar trabajo porque no lo hay. NO LO HAY.
Dejad de autocompaderos, dejad de culpar al sistema, no porque no tenga la culpa, sino porque se la sopla la conciencia y la culpabilidad.
Rebuscad céntimos en los bolsillos, dejad de fumar, cambiad el whisky por la cerveza del carrefour (17 cent. la lata). Haced la compra en el Nevero. Pedid ayuda a la gente que os quiere de verdad y que está en situación de ofrecérosla, y enfocad el presente como un pequeño respiro en la eterna esclavitud que supondrá cobrar, de por vida, el salario mínimo interprofesional.
Cread, pero no en términos empresariales (trampas para osos en tobillos de garzas). Cread en términos de espíritu, haceos fuertes cuando ellos os esperan débiles.
Encaremos a estos hijos de puta y dejémosles bien claro que vamos a ser felices hagan lo que hagan.
Imagen tomada de http://psicologia.laguia2000.com/
Acabo de descubrir este blog. He leído este post y supongo que no hay comentarios porque el que lo lee no sabe qué más añadir. A mi me pasa igual, no quiero añadir nada porque no hay nada que añadir, pero quería darte la enhorabuena, a ti, autor del texto, por haber expresado con palabras entendibles algo que todos sabemos (aunque no sepamos su nombre). A veces, para luchar contra o por algo, hace falta primero saber su nombre. Enhorabuena pues.
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