Hace mucho, mucho tiempo, vivía un hombre malvado cuyo único deseo era hacer llorar a la gente. Pegaba y encerraba a los papás, y a las mamás las insultaba y las condenaba a hacer la comida y planchar la ropa eternamente. Aunque cada uno era distinto, el hombre malvado los obligaba a vestir igual, a vivir igual, y mediante oscuras artes relacionadas con el ilusionismo y el hipnotismo, los incitaba a acusar, delatar y criticar a aquellos que intentaban vivir su vida a su aire, por mucho que fuera así como todos la querían vivir.
Aquel hombre malo, al que no todos consideraban tan malo, había llegado al poder porque muchos habían confiado en él. Aunque era pequeño y débil, había sido aupado por todos aquellos que estaban preocupados y descontentos con los que mandaban antes que él, porque eran revolucionarios pero llevaban corbata, porque predicaban tolerancia pero también odiaban, pero sobre todo, porque no habían mandado nunca en su vida y los partidarios del hombre malo y débil tenían miedo de no poder controlarlos.
Entonces, todos los magos negros arrojaron sus pociones al aire y llenaron el ambiente de razones para pegarse e insultarse, y allá donde llegó el influjo de su magia los hombres se pegaron y se insultaron: de una ciudad a otra ciudad, de una calle a otra calle, de un cuarto a otro cuarto. Vecinos, amigos, hermanos, todos se miraron a los ojos y creyeron odiarse desde el principio del tiempo, y empuñando un arma, se mataron.
Fue entonces cuando el hombre malo, débil y pequeño llegó al poder. En el momento en el que los que mandaban antes fueron derrotados, se revelaron sus verdaderas intenciones, y algunos huyeron, cobardes; otros se resistieron, valientes, y otros se cambiaron de bando, profesionales del poder.
Sólo los vecinos y los hermanos, y en realidad, sólo los muertos, no pudieron decidir cómo asumir el cambio de gobierno.
El hombre malo, pequeño y débil, embutido ahora en una formidable coraza aparecía ante los ojos de medio mundo como un gigante (a los ojos del otro medio como un molino). Dijo: conmigo nadie morirá de hambre, y los hambrientos se dieron cuenta de que los bandos habían desaparecido, y ahora el país se dividía en quien comía y en quien no, justo como antes. Y también que el miedo se había adueñado de los corazones y que nadie estaba seguro al despertarse de si volvería a dormir en su cama o sería llevado ante los ejércitos del hombrecillo, cuya coraza relucía tanto que los guerreros habían olvidado qué había dentro.
Y así pasaron muchos años.
El pueblo, asfixiado y triste, pidió ayuda a gritos a los otros territorios gobernados por hombres que parecían menos malos, pero éstos, aupados al poder por los mismos que habían alzado al hombre malvado, débil y pequeño, ahora dentro de su coraza, recibieron primero consejo y después orden de no intervenir para aliviar el sufrimiento del pueblo que les pedía ayuda. "No seáis tontos", les dijeron. "Si él se va, quién nos comprará las armas. Quién convencerá a vuestro pueblo de que hay otros lugares peores que vuestros países". Y los hombres que gobernaban los otros territorios, igual de pequeños, malvados y débiles, acataron las órdenes que aquellos que los habían aupado en el poder.
Y así siguieron pasando años.
Un buen día, nuestro hombre malvado, débil y pequeño, aún metido en su coraza, se puso enfermo y murió.
Entonces se reunieron los jefes de los clanes que poco a poco se habían ido abriendo hueco al lado de su trono y también los que habían estado escondidos por miedo a ser encerrados, e incluso se llamó a los que, desde las mazmorras, habían contemplado cómo se deshacía el país por el que habían perdiendo la libertad. Incrédulos estos últimos, que hasta ayer habían sido los enemigos del país, se sentaron junto con a los primeros, que eran quienes les habían encerrado, y junto a los segundos, que eran los que les habían abandonado, y en lugar de tomar las armas, como a muchos les hubiera gustado, tomaron entre sus manos un papel y un lápiz.
Un papel y un lápiz.
Los seguidores del hombrecillo malvado, creyéndose herederos naturales de su imperio, consultaron sus fuentes y movieron sus hilos, y se dieron cuenta de que aquellos hombres que los habían aupado antes ahora miraban a otra parte, como si se sintieran incómodos con ellos; como si quisieran ignorar que un día les dieron su apoyo.
Los recién liberados, ahogados en una extraña mezcla de rencor y felicidad, no acertaban a empuñar el lápiz, ni odiar ni a amar, y garabatearon los papeles que tenían delante y miraron a las cámaras que les fotografiaban como a extrañas aves, y se dejaron llevar como niños huérfanos adoptados en Navidad.
Los que habían estado escondidos tomaron la voz cantante. Los hombres que aupaban a los otros hombres al poder, los que movían de verdad los hilos desde el principio de los tiempos, habían colado entre ellos a algunos de los suyos. Estos hablaron de reconciliación, de futuro, de paz y de olvido, y el pueblo que necesitaba escuchar esas palabras para poder seguir viviendo se abalanzó hacia ellos y confió en ellos como muchos otros habían confiado en el hombrecillo malvado. Y tanta era la necesidad que tenían de todo aquello que se les olvidó hablarles del hambre, de la pobreza y la ignorancia; que se les olvidó exigirles pan, leche, huevos y queso; carne, pescado, fruta y verdura. Y libros, y unas monedas para comprarles un regalo a sus hijos.
Los nuevos hombrecillos, los más pequeños de todos los que habían luchado por el país, sintieron sobre sus espaldas el peso del poder y vieron las fauces del dinero y el negro del fondo de los cañones, y sintieron miedo y vergüenza.
Entonces, los aupadores, los de los hilos, viendo que la madera era buena para hacerse otro barco, los sentaron a todos alrededor de una mesa, los escondidos reaparecidos, los encerrados liberados, y los herederos denostados, y les ataron el lápiz a la mano y les plantaron los papeles delante, y les dijeron: "Firmad por el bien de vuestro pueblo". "¿Hay otra alternativa?", preguntaron desde todos los bandos. "Desde luego que no", contestaron aquellos, "pero no temáis. Todos los demás tienen el mismo contrato". "¡Pero esto no puede cumplirse!", coincidieron otra vez, desde todos los bandos. "Claro que sí; con el tiempo. Porque, no esperaréis hacerlo todo en un día, ¿no?", y rieron con camaradería. "No, claro. Harán falta muchos años.", respondieron unos pocos, impacientes por empezar. "¡Y mucho dinero!, añadieron otros, impacientes por discutir "¿Unos años?", resonaron las voces de los aupadores al unísono, seguidas de sus carcajadas. "Queridos compañeros, de unos años nada. Toda una eternidad hará falta. Pero no se preocupen. Nosotros estaremos aquí para apoyarles. y descuiden por el tema del dinero: nosotros se lo prestaremos todo."
*Imagen tomada de google imágenes
Leiv Motiv
Quiero pensar que es mentira que todo sea mentira; que no todo está perdido porque ocupemos el rol de perdedores ab initio. No obstante odio el esnobismo de los que bromean con "La teoría de la conspiración" como si fuera moderno ser conservadoramente imbécil, y elegantemente actual asumir que ser el enemigo del enemigo es, aplicando el denominador común, lo mismo que nada. Detesto a la gente que usa la expresión "las reglas de juego" por una razón tan obvia que espero no tener que explicarla. Éste no es un blog amigable. El mundo pone la sosa, yo intentaré poner el vinagre.
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