Leiv Motiv

Quiero pensar que es mentira que todo sea mentira; que no todo está perdido porque ocupemos el rol de perdedores ab initio. No obstante odio el esnobismo de los que bromean con "La teoría de la conspiración" como si fuera moderno ser conservadoramente imbécil, y elegantemente actual asumir que ser el enemigo del enemigo es, aplicando el denominador común, lo mismo que nada. Detesto a la gente que usa la expresión "las reglas de juego" por una razón tan obvia que espero no tener que explicarla. Éste no es un blog amigable. El mundo pone la sosa, yo intentaré poner el vinagre.

sábado, 19 de febrero de 2011

Ego, te absorbo


¿Qué tendrán los artistas, que parece socialmente aceptado el hecho de que su ego esté por encima de la racionalidad y el sentido común?
El ego del artista: ¿qué carajo significa eso?
¿No es como el ego de fontanero o el matarife? ¿Se trata de algo más sofisticado, más kistch?
En todas las ciudades en las que he vivido existe una relación de proporcionalidad inversa entre la envergadura del movimiento artístico y las dimensiones del artiste(g)o, o lo que viene a ser lo mismo: cuánto más pequeño es el cuerpo, más sombra da. Y, como en el Mito de la Caverna, los artistas se miran en las sombras en lugar de hacerlo en sus cuerpos, por lo que, absurdamente, cuanto menor es el número, menos caben en una misma ciudad.
Es curioso. Eso mismo ha pasado con la izquierda en innumerables ocasiones. De ahí que el filósofo Gustavo Bueno diferencie meridianamente entre LA derecha y LAS izquierdas, y considere que una de las diferencias fundamentales entre ambas desde el punto de vista etiológico sea precisamente esa capacidad que conservan, la una, de homogeneizarse hasta la supresión de la diferencia, las otras, de diverger hasta la disolución de la afinidad. Completando esta reflexión yo diría que esa tendencia divergente se potencia a medida que disminuye el número de individuos. Quinientos camaradas en un comité pueden estar de acuerdo en algo, pero cinco de ellos horas más tarde en la barra del bar discutirán encarnizadamente por el color de los calcetines de Lenin.
Esta inclinación natural a la discusión es un rasgo propio del ser humano evolucionado. No en vano, rezaba la máxima de algún político puro de finales del XIX, tipo Cavour o algo así, que la mentalidad del hombre retrocede medio siglo cuando se encuentra en colectividad. No en vano, del desgranamiento de la discusión, y posterior reflexión nace el pensamiento elevado y el criterio preciso.
Pero resulta tan estúpido discutir sin saber escuchar como considerarse artista sin saber mirar. El ego de la izquierda se parece al del artista. Ambos construyen un mundo interior y tratan de defenderlo de los embates de un mostruo endémico con tanto ahínco que al final, el monstruo se instala en sus cabezas, y ni siquiera tiene que aguardar a las puertas de ese mundo para sitiarlo. Para ambos, la incompresión, la intransigencia, la cautividad y la censura son definitivamente mortales, y la lucha contra todas ellas está tan arraigada en su patrón de conducta que muchos de ellos hacen más bandera de esa lucha que de los logros obtenidos durante la paz.
Y un artista, cuando no se pelea con los que le rodean, puede apreciar lo que estos hacen, puede crear sin mirarse el ombligo y puede hacer crecer su figura y disminuir su sombra. Resulta patética la suficiencia que se lee en los ojos de los artistas de medio pelo, incapaces de admirar a sus semejantes, de alegrarse por sus triunfos. ¿Seremos capaces algún día en esta ciudad de sacudirnos ese lastre? Creo que todos merecemos y necesitamos hacer un profundo examen de conciencia, mirando a nuestro corazón y no a la oscura silueta que proyectamos en nuestra prisión inventada.

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